Nací casi un mes exacto antes de que el hombre llegara a la luna. Un gran paso, pero las sorpresas por los adelantos que enfrentamos los que hemos vivido estas décadas solo empezaban. He leído por ahí que el día de hoy casi cualquiera de nuestros smartphones tiene más tecnología y capacidad que la que llevaba la cápsula lunar del apolo 11. No lo dudo ni un instante.
Siguiendo mi cronología personal, 6 años, 9 meses y 15 días después de mi nacimiento (por cesárea) nacía Apple Computers, empresa junto a la cual viviría como testigo estas décadas de verdadera revolución digital.
Ni me enteré en el momento, por supuesto. Yo estaba a esa edad jugando con un “Geyper Man” (suerte de G.I. Joe pero de fabricación española) en un balcón de la urbanización El Marqués, en Caracas. Pero Apple y yo tendríamos nuestro encuentro vital en un futuro cercano.
5 días antes de mi cumpleaños 8, Steve jobs lanzaba la Apple II. Me había cambiado de ciudad para ese entonces, a Valencia, por una oportunidad laboral de mi papá y mi Geyper Man era otro de nueva generación, pero seguía jugando con ellos.
A mis 11 años Apple salió a la bolsa, con 14 Jobs lanzó Lisa (1983) y a mis 15 años salió al aire el que aún es considerado “el mejor comercial de T.V. de la historia de la publicidad”: 1984, el del lanzamiento de Macintosh, dirigido por Ridley Scott. No lo vi, por supuesto. Ni había Youtube, ni Venezuela era incluida en la pauta comercial del Super Bowl.
Botaron a Jobs de su propia empresa cuando yo tenía 17 y me graduaba de bachiller.
Un par de años antes, en casa de un compañero de colegio con padres más “early adopters” que los míos, había tocado mi primera Mac de escritorio, había escrito un trabajo de colegio en su procesador de palabras e incluso había usado en su pantalla un jueguito que me parecía lo máximo, donde un helicóptero tenía que matar enemigos de guerra y rescatar rehenes sin cesar.
En 1993, mientras el Newton de Apple fracasaba, llegaba a la agencia McCann-Ericksson Caracas una Mac “PowerPC” con, supongo, un Photoshop 1.0 y pudimos abandonar en los bocetos de la agencia las fotocopias coloreadas con tiza-pastel y los marcadores profesionales comenzaron a secarse encima de las mesas de dibujo.
Mi primera gran envidia por culpa de Mac se la tuve a Sebastián, mi dupla creativa de ese momento en la agencia, por su hermoso iBookPro negro de 1999. Ya el iPod lo tuve un año después de su lanzamiento y el resto de la historia de la manzana la seguí estrenando muy pronto buena parte de sus productos. Tuve sus cornetas para el iPod, el primer AirPort con look de platillo volador, varios iBook y MacBookPro. El iPad lo adoro y lo uso varias horas diarias desde su primera edición y no tengo hoy un iPad Pro con su stylus y un Apple Watch simple y llanamente porque de momento vivo en Venezuela. Y si no entienden esta referencia, escriban el país en Google y lean un par de noticias.
Así que el Millennial que me diga, con sus veintipocos años, que es más digital y tecnológico que yo solo porque tiene la edad que tiene, se ganará una sonrisa condescendiente y no, no voy a discutir con él, pero se equivoca. Hay quienes hemos vivido esta revolución y sus alcances como si fueran nuestra propia vida. Porque eso ha sido: nuestra propia vida.