En Venezuela ya llevamos 49 días de cuarentena, de encierro forzoso por la Pandemia de Corona virus. Se dice fácil 49 días. Estamos por completar la séptima semana. Hay un camión con parlantes, profundamente representativo de la vida en un régimen dictatorial, que pasa cada cierto tiempo por la calle frente a mi apartamento con una grabación en loop en la que se escucha a todo volumen y a partes iguales “consejos” para la cuarentena, propaganda descarada y amenazas con respecto a salir de casa.
En España aplauden a los trabajadores de la salud religiosamente, todas las noches, creo que a las 8:00 pm. Cada país, con pocos días más o menos en este proceso, ha desarrollado un esquema de relativa “cotidianidad” y buena cantidad de gente se está subiendo por las paredes de la desesperación también. Enloquecen. Ya no pueden más. El encierro empieza a hacer mella en la psiquis de las personas: insomnios, sueños particularmente extraños y retorcidos, aburrimiento exasperante, inquietud y cada vez menos paciencia que puede llevar a peleas, pensamientos violentos con respecto a hijos y compañeros de encierro o depresión en los que están completamente solos. Se están empezando a ver en las viviendas del planeta entero actitudes que hasta antes de este evento planetario solo se veían en largos secuestros o en las cárceles. Un deterioro mental muy complejo por la ausencia absoluta del componente social de nuestras vidas y el contacto con la naturaleza y el mundo exterior.
Es en momentos así que comprendo el lado positivo de ciertos comportamientos míos que, en teoría, no eran ni positivos ni buenos y que en muchas oportunidades me invitaron a analizar y cambiar. El principal: mi atracción por el encierro antisocial.
Y entiéndanme. No es que fuese yo un Hikikomori (una forma voluntaria de aislamiento social o auto-reclusión, debido a factores tanto personales como sociales que se ha vuelto común y preocupante en Japón), pero sí fui siempre un tipo propenso a disfrutar mi soledad. Estar muchas horas solo conmigo no me incomoda. Y esto no tiene que ver con la ausencia o no de pareja. Desde que recuerdo he pasado mucho tiempo solo y no tengo mayores problemas con eso. Escribo, dibujo, leo, me gusta la tecnología, los gadgets y las computadoras y, por extensión, navegar en la red y meterme en Twitter, Instagram y Facebook. Puedo incluso prescindir de la tv o la música. No me regodeo en ello ni me siento superior. Es así y ya.
Esto significa que la cuarentena me resulta bastante llevadera. Quizá un poco demasiado llevadera. Duermo tranquilo, he hecho cantidad de cosas que me entretienen y que no se diferencian de las que hacía antes de este evento. Y creo que el secreto de mi tranquilidad está ahí. Leer mucho, estar en silencio ocupado en algo horas y sin salir, dibujar y el poco intercambio social son cosas que ya hacía casi todos los días pero en menor cantidad de tiempo. A lo que me obliga la cuarentena ya era parte de mi cotidianidad y esta contingencia solo ha aumentado el tiempo diario que le estoy dedicando a esas actividades. Y las actividades que la Pandemia me prohibe no son actividades que “necesite” a diario (salir, socializar, etc).
Probablemente el gran problema para mucha gente es que viven continuamente buscando estar distraídos y lo menos posible consigo mismos frente a frente (como toda esa gente que tiene el televisor prendido siempre o no puede estar en el carro sin encender la radio). Esa gente, en esta coyuntura, no sabe qué hacer con tantas horas sin poder alejarse de sí mismos.
Así que esas rarezas en las que no hallaba yo parentesco con nadie (no he conseguido muchas personas que a los 16 años se fueran solos y con frecuencia al cine, por ejemplo) ahora resulta que me han permitido estar sereno en este desastre planetario y programar varias cosas que quería realizar, como ser más consecuente con esta columna, explorar programas de ilustración en los que quería ahondar, actualizar lecturas pendientes, trabajar en contenidos para ayudar a otros durante la pandemia (en especial niños) y he dejado mi barba crecer a su antojo. Esto no tiene nada que ver con la soledad, pero lo menciono porque, como miembro de los calvos desde hace ya varios años, hacía mucho tiempo que no peinaba nada en mi cráneo y resulta muy divertido compartirlo… ¿O será que me está afectando la cuarentena?Probablemente el gran problema para mucha gente es que viven continuamente buscando estar distraídos y lo menos posible consigo mismos frente a frente