Nicolas Cage regresa a lo que mejor sabe hacer: profundizar en lo insólito. Y lo hace por todo lo alto. History of Swear Words no es sólo una colección de palabrotas, sino un divertídisimo viaje alrededor de la cultura pop, la historia y el lenguaje como medio de expresión.
Con el garbo de su larga trayectoria de proyectos inclasificables, Nicolas Cage encabeza el que, sin duda, tiene el potencial de convertirse en una de las series más populares de Netflix. History of Swear Words es un acelerado y entretenido curso sobre vulgaridades y groserías. Pero también, es un logrado experimento sobre la forma de contar la historia de manera divertida.
Desde un elegante salón con estanterías llenas de libros, un pulcro traje y un libro entre las manos, Cage demuestra por qué sigue siendo una de las figuras más extrañas del mundo del cine y sin duda, de la cultura pop. El actor lleva con sobria elegancia lo que es sin duda una premisa que, en manos menos hábiles, podría haber resultado un chiste repetitivo y aburrido. Pero Cage logra encontrar el equilibrio entre la burla y la posible incomodidad que el uso de las groserías pueda ocasionar, para dotar de interés al trasfondo. La serie comienza cumpliendo lo prometido: las llamadas malas palabras son de inmediato el centro de interés del guion.
Lo son, además, de una manera franca y sin adornos, que permite al show mantener una interesante mirada sobre el valor de las expresiones culturales, como algo más que sólo accidentes verbales. Las groserías y obscenidades son el centro del interés, pero también como influyen en el entorno. La docuserie lo analiza al crear la sensación que la discusión es mucho más que semántica: es una mirada a la manera en que nuestra cultura se comprende y en esencia, cómo asume la dimensión de la autocensura.
Se trata de una propuesta osada que resulta eficaz por asumir que las malas palabras son la frontera entre la comunicación efectiva. Una idea que propone desde sus primeros capítulos y lo hace, de forma sencilla y fluida. El show está mucho más interesado en analizar la concepción sobre lo cómo percibimos lo correcto y lo incorrecto, que en brindar una explicación al rechazo (o incomodidad) que pueda provocar el desfile de términos peyorativos. Pero la serie de seis capítulos, no se trata sólo de una audaz mirada al mundo del idioma, sino un recorrido por la evolución de la manera en que el colectivo se comunica. Ambas ideas combinadas, brindan resultado un rico conocimiento sobre la identidad histórica, la transición del lenguaje como herramienta de poder y el poder de lo intelectual. Todo aderezado por un amplio repertorio de juramentos, imprecaciones escatológicas y Nicolas Cage guiando a sus invitados a través del extraño mundo de las obscenidades.
Lo más interesante de History of Swear Words es esa intención en el subtexto de mostrar el mundo de las groserías desde la cultura pop. La docuserie comienza con Cage mirando a la cámara con la misma expresión sobria de un profesor universitario, para luego comenzar con un monólogo de improperios, groserías y términos peyorativos utilizados en películas y series a lo largo de la historia de Hollywood. El cinéfilo avezado podrá reconocer frases de “El lobo de Wall Street” de Martin Scorsese, “Uncut Gems” de los hermanos Safdie y otras tantas, que Cage recita sin el menor humor y una maravillosa encarnación veloz y sorprendente de varios personajes a la vez.
Pero más allá del despliegue de talento del actor, lo que en realidad resulta de interés es la forma como la cultura pop utiliza las groserías como una forma de poder. Lo que remite de inmediato al hecho de cómo comprendemos en el mundo contemporáneo el lenguaje y su influencia. De hecho, Cage hace hincapié en el asunto al explicar, que las groserías es una manera de crear tensión y elaborar un diálogo efectivo entre la realidad y los personajes. Luego del despliegue de talento y energía con que comienza el programa, el actor se detiene y deja claro, que el uso del lenguaje es una combinación de una reflexión sobre la historia, de dónde provenimos o qué hace que cada palabra tenga un valor esencial. “La mejor herramienta de un actor es su imaginación. Pero las palabrotas definitivamente están ahí arriba para afianzarlas” comenta Cage. La frase definirá el ritmo del resto del programa y también, la manera en que se analiza la concepción del poder de lo que se dice y en la forma en que se hace.
Para History of Swear Words lo realmente importante es el recorrido hacia la historia de la comunicación. Un matiz por completo inesperado en un show que, en apariencia, parece más interesado en escandalizar que en educar. No obstante, la provocación de la docuserie es una medida cuidadosa de puntos de atención que permiten avanzar hacia el núcleo de la propuesta. La premisa analiza el tiempo, la evolución invisible del léxico y la jerga, pero además esa relación invisible y persistente entre la forma en que hablamos y sus connotaciones más sutiles. Hay un modo inteligente de narrar y construir un escenario en que las malas palabras pueden romper cierto orden establecido. Hacerlo, además, con ingenio e inteligencia para narrar la historia doméstica de la humanidad y sus pequeños secretos incómodos.
La serie echa mano a lexicógrafos, lingüistas y también, actores, escritores y comediantes para mostrar el peso y la importancia de las groserías. La reconstrucción de la evolución de términos como “Fuck”, “Mierda”, “Polla” y otros tantos, es también un recorrido a través de épocas, países, guerras y los movimientos del poder. En lo que sin duda es un despliegue brillante de significados y conceptos, History of Swear Words analiza desde el hecho de la grosería como una forma de confrontación, al hecho que la mayoría fue — antes o después — palabras que permitían crear una connotación sobre el poder individual. La serie tiene un especial gusto para recrear situaciones incómodas y encontrar la manera de conferir importancia al proceso de evolución del lenguaje, la geografía como agente de presión y transformación y al final, el idioma como símbolo cultural.
Por supuesto, los invitados son el hilo conductor de esta gran conversación sobre la vulgaridad, lo grotesco y lo ofensivo. La comediante Nikki Glaser hace un análisis risueño y perspicaz sobre cómo las groserías son un hilo de interés y potencia en un tipo de humor muy específico. Por otra parte, Zainab Johnson y Sarah Silverman, analizan con cuidado el poder de lo procaz — su permanencia y oportunidad — en monólogos y la sátira moderna. Pero quizás, el momento más interesante de todos, es cuando el actor Clay Davis (The Wire) interpreta una larga — realmente larga — versión de uno de sus monólogos más conocidos de su icónica serie. Lo hace, además, para demostrar de manera fehaciente, cómo las malas palabras son algo más — mucho más — que mala educación o una ruptura de la noción sobre el lenguaje como comunicación efectiva.
Para sus últimos capítulos, History of Swear Words además reflexiona de forma novedosa sobre las groserías. La serie demuestra que los juramentos, imprecaciones y procacidades son en realidad, una herramienta de expresión más profunda de lo que parece. También profundiza sobre la capacidad de las malas palabras como catalizador de la angustia, el miedo y la rabia. De hecho, uno de los capítulos muestra un interesante experimento, en que varios de los animadores e invitados deben sumergir el brazo en agua helada. A varios de ellos se les permite jurar y gritar groserías, mientras que a a los otro, no. Los que gritaron groserías, permanecieron más tiempo con el brazo bajo el agua, lo que parece demostrar la forma en que las malas palabras tienen un sentido de afirmación psicológica que la serie explora en varias oportunidades y de manera distinta.
Claro está, la serie también analiza la cuestión de las vulgaridades sexistas, relacionadas con comportamientos prejuiciosos o discriminatorios. El capítulo tiene la suficiente habilidad para no caer en una discusión sobre lo políticamente correcto o la sensibilidad contemporánea. En lugar de eso, analiza la forma en que las vulgaridades y groserías pueden ser símbolos de contexto y también, una meditada versión sobre cómo se asume el valor del lenguaje, tanto en el ámbito público como el privado. Para su último capítulo, ya es evidente que la serie logró vencer el incómodo escollo de utilizar el escándalo y la burla para hablar de la procacidad. Y lo hizo de la manera más inesperada de todas: utilizando las groserías para profundas reflexiones intelectuales. Quizás, el giro más inteligente con el que una serie de discretas pretensiones pueda sorprender y desconcertar.