Se iniciaba el año de 1580 y a Andrea Palladio le quedaba poco tiempo en este mundo, sin embargo, su obra la Villa Rotonda, el más bello palacete del momento ya estaba adelantado en su construcción, aunque su dueño Paolo Almerico tampoco le vería completamente terminado.
Serían los hermanos Capra, Odorico y Mario, de origen español sino recuerdo mal, quienes se harían con ella y la disfrutarían más. De ahí que esta inigualable obra arquitectónica del renacimiento manierista tenga tantos nombres: Villa la Rotonda, Villa Almerico-Capra o Villa Capra-Valmarana.
Palladio destrona la tradición del palacio inglés al desarrollar el concepto de La Villa, esa casa lujosa pero práctica con distintas funciones integradas en un edificio más proporcionado y de menor tamaño que los palacios medievales, la civilización europea caminaba lentamente a formas administrativas más liberales y representativas del nuevo mundo burgués.
Paolo Almerico, sin embargo, no desperdicia la oportunidad de mostrar su Rotonda y para 1570 contrata a la cocina más respetada del momento bajo la mano Bartolomeo Scappi para brindar platillos exquisitos a sus comensales y dar una fiesta donde se encontrarán la intriga y la negociación, el placer y la política, la música, la danza, la poesía, el escarceo amoroso y tal vez algún escándalo.
La Rotonda es el escenario perfecto para una celebración bajo cualquier pretexto, la llegada del verano y el final de la primavera. Todo queda planificado para el 24 de junio, el día de San Juan, así se honra a Dios y también a la naturaleza, esa que se puede ver a plenitud desde la casa que rotada a 45º con respecto a los puntos cardinales logra una iluminación equilibrada en todos los espacios nobles.
La cálida tarde del 24 de junio de 1570 se encontraron en la métrica perfecta de la Rotonda el anfitrión Paolo Almerico, Andrea Palladio el arquitecto y una serie de personajes que ya les voy a enumerar y algún chismecito les trataré de contar.
Más por compromiso político que por amistad Almerico invitó a Catalina de Medicci, insertada en el reino francés por conveniencia siendo primero reina, después regente y con seguridad uno de los personajes políticos más importantes de aquel tiempo, por supuesto Catalina no asistiría, pero a su vez por su personalidad controladora y maquiavélica envió a su hija de 17 años Margarita de Valois para que tomara detalle de la casa y de los invitados.
Benvenuto Cellini, ya en sus 70 años, pero siendo un buen conversador asistió encantado ante la posibilidad de conseguir algún encargo, alguna escultura, algún trabajo de joyería.
La música y la danza quedaron a cargo de Thoinot Arbeau, el francés había establecido todo un protocolo para el baile y hasta escrito un manual, además debía ocuparse de la supervisión de Margarita según instrucciones de la señora Medicci.
Arbeau ya tenía planificado el momento para la Pavana, tal como la había solicitado Almerico por sugerencia de Palladio, ya que siendo la danza italiana de mayor popularidad en ese momento con ella se iniciaría el sarao.
Sofonisba Anguissola era invitada especial de Almerico, su prestigio como pintora se había extendido por toda Italia gracias a su obra El Juego de Ajedrez y además su presencia daba pie a que hablara de su experiencia en el reino español, donde vivía, ella a su vez que contemplaba el trabajo de los frescos que ya se desarrollaban en el interior de la Rotonda.
Antonio Sebastiani Minturno amigo de Alberico era un erudito y obispo que daba clases en la universidad de Pisa, el intercambio intelectual, la buena mesa y unas copas de vino no eran cosas que fuera a despreciar porque tampoco se presentaban tan seguido.
Estaban invitados artistas jóvenes como Gervasio Gatti un pintor incipiente pero talentoso que acompañaba a su tío el Sojaro, Bernardino Gatti pintor del taller de Corregio y amigo de varios de los presentes. También estaba Giulio Cesare Croce encargado de amenizar el encuentro con sus relatos porque, aunque siendo herrero de oficio se había convertido en Contador de Historias y era perfecto para amenizar cualquier encuentro, era simpático, cortés y locuaz.
La reunión comenzó a media tarde para compartir un almuerzo informal, los invitados se acomodaron en las cuatro alas de La Rotonda viendo el soleado paisaje a orillas de las escalinatas, mientras al centro de la villa se organizaban los músicos y se comenzaban a oír los primeros acordes de la pavana que invitaba a la danza.
Luego de servir las primeras copas de vino Almerico dio inicio formal a la celebración con un brindis, invitándoles a iniciar el baile, él por supuesto comenzó con Margarita de Valois dada su jerarquía de princesa, ella cumpliendo todo el protocolo bailó divinamente no sin dejar de sonreír a Gervasio Gatti que contemplaba la coreografía complacido.
La comida, la bebida y el baile disiparon las angustias y los recelos, la conversación fluyó y dio paso a la risa, la noche llegó cálida y llena de estrellas, afuera por las cuatro escalinatas los invitados ya tocados por el vino se dirigían a la campiña donde la hoguera de la noche de San Juan estaba esperando para ser encendida por Alberico quien había ordenado traer la imagen del santo para rendirle homenaje.
No se sabe demasiado del desarrollo de la noche, Margarita, Gervasio y Giulio se esfumaron en la penumbra pese al intento de Arbeau por no perderles la pista.
Sperone Speroni se trabó en una discusión sobre la nueva dramaturgia italiana junto Sebastiani Minturno y terminaron llamando a Palladio para que les contara del proyecto del teatro Olímpico, mientras Sofonisba conversaba con el escultor Giambologna sobre el dominio del espacio y procedían a examinarlo bailando, no ya una pavana sino una más animada gallarda, música perfecta para sentir la magia del espacio central de la Rotonda.
Así imagino las noches renacentistas de verano en la campiña Véneta en un lugar tan privilegiado entre otras cosas porque ahí está la Rotonda esa joya de la arquitectura universal.
He de reconocer que mi visita, fue menos glamorosa pero no menos sublime, la Rotonda es uno de los lugares más hermosos que he tenido la suerte de conocer
Mi viaje comenzó en un tren de Milán a Verona contemplando uno de los hombres más bellos que recuerdo, él apenas saliendo de la adolescencia, muy relajado y simpático se sentó frente a mí con una sonrisa. Yo que ya estaba en mis veintiséis me quedé extasiada pensando si así se imaginaba Shakespeare a Romeo.
De Verona recuerdo poco, que el vino era más barato que la coca cola y que la pizza era lo más corriente que se podía comer en cualquier lugar. De la imagen de la ciudad conservo la vista al rio Po y el puente que me pareció sereno y estable, aunque no puedo asegurar si mi recuerdo es de Ponte di Pietra o de Ponte della Vittoria.
De allí seguimos rumbo a Vicenza. La ciudad de Andrea Palladio, una joya de la arquitectura declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1994.
Esta ciudad es hermosa y sorprendente gracias a la obra del arquitecto manierista y al fervor de sus ciudadanos por su arquitectura, la recuerdo como una ciudad pequeña con una estructura urbana irregular en parte plana pero no despejada, lo que juega a favor de la arquitectura porque permite ir descubriendo edificios y espacios de forma inesperada. Esa característica la aprovechó Palladio al máximo y encontrarse con cada uno de los edificios que diseño y construyó es uno de los mejores regalos que como arquitecto y amante de las ciudades he tenido en la vida.
Enumerar los edificios palladianos es caer en un lugar común que no puedo evitar, mi admiración y mi asombro ante la Loggia del Capitaniato, el Palacio Chiericati o el Teatro Olímpico.
Contemplar la Basílica Palladiana y entender como el edificio viejo de estilo gótico se viste con las formas clásicas romanas para honrar los orígenes de la ciudad, reforzando la identidad de lo que sería Italia, es toda una lección de arquitectura.
Palladio construye la imagen de Vicenza y le da su ritmo matemático renacentista encaminado a lo que se conoce como el manierismo.
El manierismo fue mal visto y despreciado durante mucho tiempo, definitivamente quienes lo desdeñaron no conocían la obra de Palladio.
Como lo definió Giorgio Vasari, el arquitecto y crítico de la época, Palladio trabajaba la métrica, el orden, el diseño y el manierismo, haciéndolo con una maestría insuperable. Ese manierismo era su manera personal de hacer arquitectura y el tiempo como maestro implacable ha demostrado que muy pocos lo han hecho con tal elegancia y precisión.
Caminar en una ciudad como Vicenza es un privilegio, recorrer su calles estrechas y de pronto encontrar un espacio despejado y contemplar un edificio de Palladio en perfecta escala y perspectiva es una experiencia estética que agradezco a la vida.
En ese escenario pude ver también la vida cotidiana, un mercadillo en la calle, gente paseando y hasta una pareja de recién casados que disfrazados como lo hacen los novios paseaba tranquilamente disfrutando la tarde y su recién adquirido estado civil.
Luego cenar en una trattoría, un edificio antiguo restaurado con toques posmodernos donde los pisos variaban entre superficies tapizadas de monedas o tapizadas de pétalos y hojas cubiertas con resina, luego una buena pasta y un vaso de vino tinto, de postre un tiramisú.
Mi visita al Teatro Olímpico fue todo un regalo, había una conferencia de arquitectura, porque se celebraba un evento sobre Palladio, pude así ver el espacio del primer teatro techado que se construyó en el mundo. El desarrollo del escenario es muy interesante por el manejo de la perspectiva, aunque este sea obra del arquitecto Vincenzo Scamozzi quien trabajó con Palladio y pudo concluir la obra después de la muerte del maestro.
Al día siguiente mi paseo por Vicenza me llevó a las afueras para hacer el recorrido de las villas palladianas y este recorrido es el que me inspiró el tonto relato de la fiesta en la Rotonda porque esa villa palladiana, ese palacete italiano que cambió el concepto de la vivienda para las élites, también lo hizo para el común de los mortales a partir del siglo XVI y aunque hoy parezca anacrónico pensar en ese tipo de viviendas, su importancia en el trabajo que desarrollarían después arquitectos como Adolf Loos, Le Corbusier o Walter Gropius hasta llegar a la posmodernidad de Michael Graves o Bernard Tschumi es algo que todo investigador de los procesos arquitectónicos no debe dejar de lado porque hay mucho que aprender y disfrutar ahí.
Imagen de portada creada por Robot en Midjourney. Foto de la Villa Rotonda por Quinok, bajo una licencia Creative Commons CC BY-SA 4.0